INTROITO. SALUTACIÓN ESPECÍFICA, según programa.
Gastón Cornejo Bascopé
Cochabamba, agosto de 2019
Ahora me resta hablar de mi entrañable Calibán contemporáneo. Cada ser lleva sin saberlo, su propio Calibán; es un personaje mítico que
ingresa en el interior de nuestro cuerpo astral y está al asecho para dañarnos
física y espiritualmente. No es el clásico diablo, ni el demonio, ni el
despreciable Lucifer, ni el temible Satán, ni siquiera Belcebú, el rey de los
ángeles caídos; es, simplemente Calibán,
un predestinado de la maldad, un ser monstruoso que compite con el diablo.
Y en esto tiene mucho que ver el ser humano del daño ambiental que
produce irresponsablemente. Gracias a la enorme polución de nuestra atmósfera
valluna, se insertó en mi pulmón derecho una neoplasia maligna, la descubrí
atrevida, ya había crecido cuando sentí el zarpazo de su inoperabilidad, la
evidente caída de peso, la clásica depresión de la masa muscular, la irritación
tusígena y la limitación respiratoria.
En la radiografía estaba bien acomodada; hizo presencia el enemigo,
silenciosa y mortalmente presente. El golpe psícológico fue brutal, pero inmediatamente
mi familia reaccionó con su inmenso amor. Me llevaron al Instituto de
Enfermedades Neoplásicas del Perú, aquel prestigioso centro fundado por el
antiguo colega y amigo Dr. Roberto Cáceres, quien me acompañó y ennobleció
varios congresos de cirugía en el pasado.
Rápidos estudios, recepción generosa de galenos especialistas, envío
del material a Pittsburg y Bélgica para conocer el tipo de neoplasia y su
naturaleza inmunológica. Inmediata respuesta e inmediata formulación del
protocolo terapéutico que, obediente prosigo.
He bautizado al enemigo como Calibán,
el personaje clásico de la literatura de Shakespeare (La Tempestad) cuando Próspero, el hechicero pregunta ¿Estamos
hechos de la misma substancia de la que están hechos los sueños? En la obra
fundamental está Calibán, el salvaje que
representa los aspectos más primitivos del ser humano; monstruo de la maldad y
el engaño frente al otro sirviente de Próspero, Ariel que representa lo elevado y espiritual; su antípoda Ariel la personificación de la bondad y
el bien.
Pues, mi Calibán, según el
padre espiritual que lo tenía siempre en
mente para no permitir su presencia, gozaba de atribuciones perversas aún más
refinadas que de los diablos del averno: monstruosidad, hipocresía,
maledicencia, a veces adicción alcohólica. Entonces, hasta se tornaba poeta y ponía nombre a todas las estrellas.
Todavía lo siento en mis entrañas, elaborando maldades y atentando
empecinado contra el delicado telar respiratorio para dar fin al milagro de la
vida. Ahora, ya intercambiamos amenazas y violencias mutuas en variados meses
de enfrentamiento. Mis armas son químicas de nombres complicados pero tan
potentes como las del napalm americano, el fósforo blanco, el fusil con carga
atómica reducida, las bombas nucleares de Hiroshima, tan potentes que inclusive
pueden pulverizarnos a ambos contendores.
Como expresó Neruda: Yo no voy a
morirme, no puedo permitir tal desperdicio; aún me cumple ganar más
desafíos. Mientras dure este proceso de toxemia y duro batallar, quedaré
guardado en oscuro aislamiento, en inteligente reserva, lucharé en la liza y en
la hora del triunfo entraré en crisálida para emerger cual mariposa transfigurada
o mejor, cual alada ave fénix, para demostrar al destino y a mí mismo, que es
posible alterar los cánones habituales del universo, siempre que el Creador permita
aproximarme a su fuente de energía plena y, por supuesto, contando con la bendición del buen
Jesús, a quien rezo y adoro en la cruz de su calvario; con mi insolente
decisión personal, con las pócimas mágicas que prepara mi nieto y mis armas
químicas secretas de ataque, será posible el gran triunfo.
Si dispone el Creador en sentido contrario, también tengo una salida
inteligente: como todos los cirujanos, los buenos cirujanos que se presentarán
al final de los tiempos en su destino celestial, la respuesta precisa ante la
patética interrogante de San Pedro: ¡Qué
has hecho tú de relevante en la vida! Con los labios sellados mostraré las
manos abiertas extendidas: ¡HE SALVADO VIDAS! Diré con humildad, también podré
mostrar las innumerables cruces clavadas entre el miocardio y el esternón,
guardadas como testimonio de responsabilidad, una saeta por cada operado. Si el
santo aún dubita pues a mostrarle la espalda, los gérmenes de alas brotando
pequeños entre los omóplatos. San Pedro hará una reverencia y extenderá
ampliamente sus brazos.
Mientras tanto, a lo mío, para expresaros toda mi gratitud. Me habéis
honrado más que a un Honoris Causa, me regalasteis trascendencia, galardón que
condecora, además, a todos los míos. ¡Dios nos bendiga!
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