Gastón Cornejo Bascopé
Cochabamba, abril de 2019
Armando Soriano Badani
inicia el prólogo del poemario. Poesía de
diáfana fuerza expresiva, canta con fidelidad comunicativa, los hondos
sentimientos que se agitan en la intimidad inquieta de Oscar Arze Quintanilla.
Rosario Quiroga de Urquieta califica los poemas de poesía nutrida de dolor, dolor que indaga en la interioridad de la
certidumbre vivencial que se edifica sobre la soledad del camino terrestre;
pero en otro capítulo presenta su
acendrado americanismo y su voz adquiere el tono de una épica social vibrante.
En el diario vivir de este
ingreso al otoño, yo, perdido entre artículos de dimensiones universitarias,
complejas y estrictas, abarcadoras del quehacer académico; el capital humano esculpiendo
juventud de arcilla humana fresca, estudiando criterios e indicadores que Mercosur
impone con evidencias de cumplimiento obligatorio en la demostración de la vigencia
universitaria; absorto entre lecturas que excitan la necesaria memorización, me
conducen a un clímax de ansiedad y pérdida del control psicológico. Requiero una
pausa de quietud ajena a la ansiedad y al presuroso existir, un fármaco que
detenga el estrés agobiante del inmediato reto desafiante de acreditación que
tensa mis pulsaciones nerviosas.
En el vórtice de ese tormento,
decidí tomar el libro Poemas de Antaño
que el amigo entrañable Dr. Oscar Arze Quintanilla, me obsequió y dedicó
amablemente. Esa amistad pura me condujo a abrir las páginas de su poemario con
la atención aún en la penumbra pero presta la sensibilidad estética siempre
abierta a la belleza.
Anárquico aún en el hilar
del pensamiento complejo, detengo la mirada sumido en una frase de impactante
factura ...
“He de llegar a la nada / para ocultar mi sangre
falleciente / en el cuenco sin fondo / de tus brazos… “.
“cuenco sin fondo de tus brazos” repito y despierto con la atención completa, eso
es intimismo, humanidad manifiesta, objetividad del sentimiento expresado en
poesía. Continúo inquieto ... “En las
notas silentes de los siglos / abrazaré
tu sueño de gaviotas / pues mi dolor es
lazo que aprisiona /- para siempre-/ cuando tiene reflejos / en arterias
guiadas por espinas…”. Ahí, registro un pensamiento de simpatía con mi
lenguaje médico, trascendencia, imagen del impulso vascular o neuronal que,
aprisiona “tu sueño de gaviotas”. Hermoso
querido poeta.
“La soledad es muda / para alcanzar al viento / mas
tus palabras vuelven / con la ternura / de los niños sin odio todavía”
… metáfora y simbolismo de culta imaginación; la humanidad prendida en las palabras.
“Los astros, censores de los sueños cristalinos / pusieron
en mi boca / la saliva del alba misteriosa…” ¡Qué ciencia ni qué ciencia!
Aquí está la palabra mágica, transformadora, saliva del alba misteriosa, al pronunciar la frase el pensamiento
cobra armonía y mágicamente irrumpe el sonido de un ángel que alza vuelo; así es cómo los niños interpretan
la vida y así es cómo los seres antiguos tendríamos que continuar siendo, como los
niños.
En el poema Lamento encuentro un vocablo duro “Imbécil”; mas prosigo el hilo conductor
y descubro un evento inoportuno y triste … le está doliendo esa actitud de espina cual espuela constante en su costado
¿Cuál será esa piedra que le golpea en cada paso vacilante?
“Sólo bebiendo la plenitud podremos alcanzarnos… “. Plenitud
de plenitudes, Ortiz Pacheco redivivo aproximándonos al encanto; la expresión tiene
tonalidad maciza.
“El cuerpo ha fumigado su atadura / con sales y temblores
incipientes / para dar nacimiento a la ternura …”.
Exposición de emocionadas sensaciones epilogan intimidad de alma; él mismo
describe su médula espiritual de bondadoso ser.
“Cuando es temblor la angustia ...”.
“Tendré que subir como Sísifo / empujando
un ideal que trastorna / mis tuétanos, mis huesos, mis tejidos. / Que mis
sienes caigan de su estante / que mi cráneo sirva de escalera / a todos los
hambrientos de la tierra / si es que falto al hombre, a la estirpe y a tu
nombre. Entre tanto /…/ el tic tac que
anunciará mi sepultura”. El canto permuta la absurda fealdad de la muerte y
la torna aceptable. ¿Poeta excepcional que logra estas figuras extraordinarias?
Poema al estilo de Camargo, auténtico.
Cierro los ojos y quiero soñar, imagino a Oscar paseando con Verlaine el
aburrido, Paul Válery llevando un ramo de geranios, los graves Edmundo Camargo
y el peruano Vallejo congregados en un recodo de los jardines de huesos en el
cementerio de Père Lachaise de París, dialogando proféticos sucesos.
Mientras Oscar entona su
canto, Edmundo pide la palabra, quiere morar
debajo de la tierra, en un diálogo eterno con las sales, / raíces sus cabellos,
arcilla sus palabras, en un pueblo de muertos tabicada su boca; departen junto a quien murió de hambre un
jueves en la Ciudad Luz, con los húmeros puestos a la mala, mientras Oscar,
vital pero trashumante, toma la palabra heroica.
“Cuando menos se piensa puede venir la muerte en una carta cualquiera. ¿Dónde
está el hombre puro? / Mil Diógenes se mueven, / la búsqueda ha comenzado desde
siglos incruentos, / y el hombre sin pecado / el hombre sin condena / no ha
arrojado la piedra”. Camargo, Vallejo y los franceses callan absortos, quisieran
pergeñar versos absolutos en respuesta y no consiguen equiparar en belleza
a los del autor valluno.
“Sobre un navío de hambre, / sobre un mástil calloso
/ naufraga el espectro de la palabra Dios”. Una mañana quedé disminuido
de existencia, empobrecido de substancia vital al saber de una muerte colectiva
en Yacuiba, un padre enloquecido degolló a su esposa y a sus cuatro tiernos niños.
Inmediatamente pensé que Dios estuvo ausente, lejano, indiferente o trabajando
en otros astros. No llegó a tiempo a imponer lo suyo y su mensaje perdió
significado, ni siquiera fue espectro, solo dolor y sangre enajenada,
turbulenta brotó manchando sueños en rapto enajenante del obcecado poseso. Y la muerte de la joven amiga
que reclamaba su vida antes de dormir eternamente y la operación al colega herido
de un feo tumor detrás del páncreas. ¡Hay
golpes en la vida tan fuertes … Yo no sé!
Concluye la jornada y la
mente porfía en seguir trabajando. Ya en ensoñación evoco: “El tiempo es breve, el arte es arduo, la ocasión fugaz dijo el
padre Hipócrates hace 2.500 años cuando Pericles y Aspasia le invitaron a
departir con Fidias y el feo Sócrates. Pude haber participado en ese almuerzo
célebre sirviendo a ellos de garzón impertinente. Por fin, logré conciliar el
sueño perdido con esa doméstica imagen ateniense.
Es el inicio de abril y el
año de la reelección política absurda. El tedio me invade nuevamente, entonces
retorno al libro de Oscar en el poema Dimensión
de Abril.
Y os lo juro compañeros / Abril es el comienzo del
andamio, /es un mensaje de libertad al mundo, /es el lenguaje de ansiedad de
América / esparciendo su fruto por la Tierra.
Ese fue el informe que ofrecí a Pablo Neruda en la Chascona, su hogar próximo al cerro San Cristóbal cuando el vate
americano me interrogó sobre la revolución de abril en Bolivia. Como Oscar,
comencé a soñar la utopía de un mundo mejor, la del hombre nuevo, el asalto al
cielo de justicia, el cambio civilizatorio, la salida de la prehistoria, el
proyecto ético de vida.
Diciembre de 2005 a noviembre de 2009 en la patria.
Logramos en breve tiempo hitos de milagros imposibles. Rescate de las etnias, transformación
y cambio, nueva constitución redentora; luego, casi un decenio de infortunio hasta
el presente 2019. Frustración de la esperanza, los embaucadores continúan
libres después de haber asesinado a los sueños. Cómo hacer poesía ante el
fracaso. Entonces, León Felipe con Líberforti, los anarquistas soñadores se
imponen a gritos y aúllan a coro: Los
caballos piafan ya enganchados y la carroza aguarda / ¿Quién la lleva? Yo, ¡El
blasfemo! /¡Arriba! ¡Subid todos! / ¡Vamos hacia el Infierno!
Solamente Oscar Arze Quintanilla conserva el corazón
puro, la sangre noble, el gesto vivo. Sigue porfiado en su abril movimientista,
generoso, elogia en versos sublimes a
Carlos Montenegro: Pero queda tu nombre
de bandera / en el fuego de todas las montañas / en el yermo virginal del
altiplano / en este renacer de patria nueva. / Bolivia es el perfil de tu
enseñanza.
Varón comprometido con la
patria, sensible como Neruda en su Canto General, Oscar se aproxima a la substancia
espiritual de nuestra cuna: si bien Pablo al retornar de lejanos espacios emitió
vocablos cordiales: Patria, mi patria,
vuelvo a ti la sangre; acoge esta guitarra ciega, esta frente perdida / quiero
mudar de sombra / quiero cambiar de rosa… también Oscar en confesión de
varón enternecido en sus Sonetos a
Bolivia, confiesa amablemente: : Quiero vivir con tu dolor caído / encontrar el
calor de tus arenas / renacer en tus manos nuevamente. / Yo quisiera encontrar
ese camino / donde moran Iliadas ancestrales / y kaluyos de amor con vaticinio.
¡Eso es amar a la tierra cuna donde florecimos por destino feliz los
bolivianos! ¿Por qué en el discurso y la intencionalidad política que nos hiere,
no existe poesía? Podría permutarse la falsedad por el encanto, Tánatos para
siempre proscrito en su Ukhupacha; en cambio, música en la voz, melodía en el
alma. Nuestro universo nacional, emergiendo del caos vibrante en sus fotones y
en sus cuerdas. Otra sería la realidad objetiva, otra la mirada y el futuro, un
arcoíris de dispersión luminosa desde el alba al ocaso, la existencia nuestra teñida
de púrpura y paz en todos sus lugares: ese el sueño del utopista poeta, ese el
sueño nuestro.
Finalmente, Oscar elogia a Marina
Núñez del Prado, en el verano de 1967, cuando visita la Casa museo de la
escultora eximia, perdida entre añejos olivares en el cálido bosque de San
Isidro en Lima, eternizada por la cultura peruana que la ha hecho suya y que
según nuestro poeta, tiene en sus manos
el secreto de la vida. Allí está la artsta en fotografía al ingreso junto a
Yolanda Bedregal de Conitzer, otra excelsa boliviana.
Entre los epitafios solemnes
que distinguen al autor de la Prometheida en el altar de la eternidad, está el solemne
poema que Oscar dedicó a Franz Tamayo; con fuerza épica escribió nuestro vate a
la muerte del grande compositor de Odas y Epigramas.
Por último, debo mencionar con
orgullo de ex parlamentario autónomo, el instante noble en que la sala plena
aprobó por unanimidad, la entrega del galardón, la máxima condecoración
nacional, Bandera de Oro del H. Senado Nacional, al ciudadano Oscar Arze
Quintanilla, en mérito a su brillante trayectoria de profesional, indigenista,
sociólogo, hombre de leyes, escritor proficuo, consultor de la OEA, reconocido
diplomático en México y Guatemala, cuando Bolivia genuina guardaba su perfil republicano
y no un maquillaje de Estado multiétnico; él, antropólogo experto, sabe a qué carácter me
refiero.
Su obra Poemas de Antaño, incorpora
diversas voces fraternales. Fellman Velarde lo ubica entre Julio de la Vega y
Jorge Suárez; Juan Quiroz entre Edgar Ávila Echazú y Carlos Shtadling Viscarra;
Antonio Terán Cabero comenta su poesía en el Contrapunto de la Unión, párrafos de disección literaria que adornan,
en sabia crítica, los versos mensajeros.
Comentamos con Rosario del
Carmen Mostajo Medinaceli la calidad de los Poemas
de Antaño; también ella, experta literaria, insinúa que hay imágenes en
conmixtión con realidades y percepciones visuales y emocionales del autor, que
posee un lenguaje elevado sin llegar a la afectación. Coincidimos en que es un
libro meditado exento de alambicamientos. Su concepción poética es fluida y
bien terminada.
José Rodríguez Sánchez, el
Guayazamín cochabambino, plasma en la portada, una expresiva imagen del poeta, siempre
enhiesto, bien firme, domina paisajes, le acompañan columnas de libros y
escritos en páginas que suben al cielo, detrás de él las herramientas y los engranajes
de culto intelecto le sirven y construye; la luz del amanecer llena su imagen cuando
el astro aparece y él, en sagrado ritual, levanta los brazos cargados de ritmo,
reafirma la fe en sus principios solemnes: respeto a la vida, al ambiente, a la
diversidad multiétnica, a los valores selectos; proclama ser cultivado y poeta.
Gracias Oscar, hermano, por
darnos un presente de música de sublime tesitura, un regalo de tu corazón, de
tu tiempo dorado, poemas de antaño.
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