Señores:
Poseídos de profundo pesar por las desgracia acción de armas por nuestros
hermanos y aliados del Perú, y sin tiempo aún para enjugar las lágrimas que
este funesto acontecimiento ha arrancado a todo corazón boliviano, nos
congregamos hoy en el templo del Señor, para elevar nuestras fervientes preces
por el eterno descanso de quienes fieles a las leyes del honor y del deber han caído
envueltos en su bandera en los esforzados combates de Chorrillos y Miraflores.
Los
repetidos desastres del ejército aliado, lejos de aniquilar el ánimo y sembrar
el desaliento, nos han hecho más que vigorizar el sentimiento patrio aquilatado
en el crisol del martirio.
Nada
importa que el éxito alabe por el momento la vanidad y satisfaga las pretensiones de nuestros
desleales invasores, aquel que en esencia de la justicia restablecerá un día no
muy lejano quizá, nuestros sacrosantos derechos, devolviendo sus fueros a la
humanidad.
Los
generosos sentimientos de unión y fraternidad manifestados por Bolivia a favor
de la República de Chile en 1866, se encontraba en horas del mayor conflicto,
no han sido parte para desvanecer las ideas de absorción concebidas y resueltas
en los acuerdos de su tenebrosa cansillería. Resuelto estaba que a poco andar
se sacrificarían el reposo y bienestar de la nación vecina para ensanchar a
título de conquista su estrecho territorio y llevar la abundancia a su exhausto
tesoro; para esto, ninguna significación han tenido en concepto de chile los
respetos que se deben mutuamente las secciones de nuestro continente nacidas a
la república por su común esfuerzo.
La
cesión de una parte de nuestro rico litoral y las estipulaciones de un Tratado
reciente, observado por nuestra parte con nimia escrupulosidad, buscose un
pretexto para retarnos a duelo, y ese pretexto se creyó encontrar en un
contrato celebrado por nuestra nación con una compañía salitrera de
Antofagasta.
Diose
el carácter de reclamación diplomática a un asunto sujeto a la jurisdicción de
tribunales de justicia, la discusión sostenida entre nuestro gobierno y el
representante de chile, da la medida de cuanto es capaz el que pasando por
encima de las leyes del honor y del decoro nacional, se ve obligado a llevar a
efecto un plan de antes preconcebido.
Apenas
cerrado el debate y en la misma fecha en que se otorgó al plenipotenciario
chileno su carta de retiro, se tomó militarmente la indefensa plaza de
Antofagasta y los ricos minerales de Caracoles que hacían la esperanza de
numerosos industriales bolivianos.
He
aquí señores, manifestado a grandes rasgos, el fútil pretexto que ha
determinado la guerra que, con todo su cortejo de horrores nos ha traído chile.
He aquí el origen de las sangrientas escenas y que han sido teatro las antes
florecientes costas del Pacífico.
El
generoso pueblo del Perú, animado de noble espíritu de conciliación ofreció sus
buenos oficios para evitar que una causa de suyo insignificante ocasionara la
guerra entre dos naciones hermanas. Chile que había espiado el momento el
momento en que nuestras poblaciones eran espiadas por el doble sufrimiento de
la peste y el hambre, chile ensoberbecida con sus enormes recursos bélicos y
con el poder de su flota, no sólo desoyó al diplomático peruano sino que, dando
por terminada sus relaciones con aquella nación, la obligó a terciar en la
contienda declarándole la guerra, fue entonces que Bolivia y el Perú se
aprestaron a la defensa. Fue entonces que nuestra república se puso de pie y
envió al campamento no sólo sus legiones sino también su juventud esperanza del
porvenir.
Habéis
visto S.S. aquí en Cochabamba, formar entre los defensores de la honra
nacional, jóvenes distinguidos en renunciar a las comodidades de la familia y
del hogar para compartir con el soldado las fatigas de la campaña. Habéis visto a nuestras dignas
matronas bordar con sus propias manos el lábaro santo que debían conducir al
campo de batalla para sacarlo de allí con gloria.
Dios
en sus inescrutables designios permitió que el primer encuentro de nuestras
armas se señalara por un desastre, inequívoca prueba de que la Divina
Providencia había tomado a chile y a las pretensiones chilenas como un medio
para depurar nuestro patriotismo, para enseñarnos a amar a nuestra Madre Patria
y para que deponiendo nuestros rencores, nuestros odios y nuestras divisiones
de círculo nos unamos en un esfuerzo común a fin de volver por nuestra honra y
la integridad de nuestro territorio. Los contrastes de Pisagua y San Francisco
son una elocuente misión que nos enseña a renunciar los intereses del presente para llevar nuestra
mirada hacia horizontes más vastos.
Entre
tanto avanzó el tiempo preñado de tempestades y la desgraciada jornada del Alto
de la Alianza en que de una parte estuvieron la justicia y el derecho, y de la
otra la usurpación y la violencia, dio por resultado el aniquilamiento de las
fuerzas del ejército aliado. El valor y entusiasmo de nuestros soldados, el heroísmo y pericia militar de sus jefes, no fueron bastantes para hacer frente al poder
combinado de las armas de chile y la superioridad numérica de sus fuerzas.
Sucumbió por segunda vez nuestro ejército y los nombres inmortales de los Pérez,
López, Bolognesi, Moore y las demás víctimas de ese infausto hecho de armas,
vivirán en nuestros corazones y pasarán a la posteridad cubiertos de gloria
cuando llegue el día de la justicia.
No
satisfecho la concupiscente ambición del altivo conquistador con la posesión de
nuestro Litoral, el hermoso y opulento departamento de Tarapacá, y parte del de
Moquegua, dirigió sus miradas hacia la Ciudad de los Reyes, centro de todos los
recursos y de todos los elementos de defensa de que disponía el Perú. La
justicia de la causa que sostenía la alianza, que es la causa de Dios, porque
es la del derecho. La conciencia del crimen que acobarda hasta los héroes de
encrucijada, los medios de resistencia que suponíamos en la tradicional
metrópoli, todo nos hacía augurar un feliz éxito para los aliados y
fundamentalmente esperábamos que ante los muros de Lima irían a estrellarse
hasta entonces las vencedoras armas de los piratas del Pacífico; pero, he aquí
que estos mirando muy de arriba lo que se llama honra nacional y despreciando
el anatema que de concierto lanzaron todas las secciones del continente contra su
incalificable conducta se apresuraron a seguir el camino de la devastación sin
pararse ante ningún atentado y sin que les arredre la perpetración de crímenes
que condena la civilización.
Parte
para la costa norte del Perú, el funestamente célebre Lynch, definido con
propiedad como el “Águila de la desolación y el exterminio” por la prensa de su propio
país.
I
ya sabéis señores que las obras de arte, de la industria y del ingenio de
maquinarias en que se emplearon ingentes capitales peruanos, fueron devoradas
por las llamas y desaparecieron por la explosión de la pólvora y la dinamita.
Bien
sabéis que inertes y pacíficas poblaciones fueron entregados a los mayores
excesos y a la rapacidad de forajidas turbas.
Bien
sabéis que con asignada crueldad se cometieron abominaciones que horrorizan y
de que es forzoso apartar la vista.
En
este estado, la gran república del norte (EEUU) ofreció su mediación esperando
que acaso se pondría término a tanto escándalo y a ese sistema de destrucción
de que hacían alarde los jefes chilenos. Con este intento se abrieron las
conferencias de Arica. La exageración de las pretensiones de los ministros
chilenos que sin esbozo proclamaron el derecho de conquista, la ley de la
fuerza y del éxito, cerró desde un principio el ingreso a toda discusión que
diera por resultado el advenimiento.
Con
la conciencia de quien procede con honradez y lealtad, se propuso por los
plenipotenciarios de las naciones aliadas, la intervención de un árbitro, medio
honorable que recurren las naciones civilizadas para zanjar sus diferencias.
Este medio fue rechazado por chile que sabiendo que no estando la justicia por
su parte, el laudo no favorecería sus usurpaciones, ni se alteraría el límite
de sus fronteras con violación de las prescripciones del derecho público
americano. Esterilizado el nuevo, humanitario, comedimiento de la república
modelo, nuestros plenipotenciarios, dando un adiós a todo acuerdo, volvieron
con el triste convencimiento de que era inevitable la continuación de la guerra.
Con
esta convicción Lima la ciudad de la industria, del comercio y del progreso,
alistó la resistencia, contando con el esfuerzo común de sus hijos que en la
hora de la prueba no le esquivaron sus tesoros ni el sacrificio de sus
personas.
Poco
tiempo más y el ejército invasor se encontraba a sus puertas. Librase en los
días 3 y 15 de enero de 1881, el combate más encarnizado que acaso ha
presenciado la América. Chorrillos, la ciudad de las fantasías, la hermosa joya
del Pacífico es devorada por las llamas; suceden en su suelo hechos de
ferocidad que horrorizan y anonadan el espíritu; y la distancia que media entre
Chorrillos y Miraflores es sembrada de cadáveres y regada con la sangre de los
mártires que defendían su hogar, su familia, y la honra de su patria.
Con
el poder de su escuadra, la superioridad de sus armas y el número de sus
fuerzas, más que todo ayudados por la más incalificable infidencia, alcanzan a
liquidar al ejército peruano. I señores, se consuma la más pérfida de todas las
violaciones,
Al
llegar aquí siento que se me desgarra el alma, Lima la floreciente ciudad de
los Reyes, la tradicional metrópoli, el centro de todas las más grandes
virtudes, públicas y privadas, es profanada por la altiva planta del
conquistador. I el primer rayo de luz que presenció su humillación, presenció
también el escarnio de la moral y la violación de la justicia.
Yo
que un día encontré albergue bajo el techo hospitalario de sus nobilísimos
habitantes y tomé asiento en su hogar. Yo que conozco sus sentimientos de moral,
de dignidad y de amor patrio, con el corazón oprimido de angustia, los
contemplo en las horas de su inmerecido infortunio y mientras llegue el día de
la reparación, ruego al cielo derrame sobre su cabeza el bálsamo consolador de
la resignación.
Ahora,
bien S.S., ¿Qué significa en el lenguaje de la civilización y de la ley la
palabra “conquista” proclamada en pleno siglo XIX por nuestros injustos
agresores? Es la explícita confesión de los derechos y méritos de la víctima
que envidia el victimador. Es el desesperado recurso de una nación sin poder
moral. Es la suspicacia del usurpador que aterrado por su conciencia
eternamente acusadora cree hallar descanso en sus fatigas con la perpetración
de nuevos crímenes que la humanidad prohíbe y condena la civilización.
Arrebatar
señores al hombre el espacio de tierra que con el nombre de Patria le
concediera el cielo, separarlo de la esposa que la iglesia y la sociedad le
permitieron escoger santificando su contrato en aras de la religión, apartado de la familia y de los hijos a
quienes, vivo el padre, la injusticia hace huérfano. Aniquilar por acción
deletérea a los santos vínculos de la sociedad. Destruir, violar, incendiar poblaciones
que eran una prueba de los progresos del siglo. Hacer alarde del poder, de la
fuerza sobre la fuerza de la justicia, es señores, el conjunto de todos los
crímenes explicado por la palabra “conquista”
El
talento más extraviado, la consciencia más proterva, la malignidad más orgánica,
imposible es, que no sienta los estremecimientos del remordimiento a que, desde
luego, condenamos a nuestros desleales invasores.
Llegados
los sucesos al extremo en que se encuentran, ¿nos conformamos señores tan solo con
deplorar nuestras desgracias?
No animará nuestro esfuerzo la consideración
de que los hijos de nuestra noble aliada, ¿acaso en estos mismos instantes,
vagan sin rumbo, sin pan y sin techo contando las horas de su martirio por los tristes
recuerdos que dilaceran su alma?
Esperaremos
que la reparación de nuestra honra y la razón pública cobijen con su poder a
nuestros invasores ¿y que la civilización les alumbre con su luz?
No,
señores, vivo está el sentimiento de patria de los Hijos del grande Bolívar. Corre
en nuestras venas la misma sangre que animó la existencia de los héroes de la
Independencia. Aún tenemos fuerza y contamos con los recursos que nos ofrece
nuestro suelo.
Lucharemos
señores, sí, lucharemos sin tregua y ardimiento con que lucha el que tiene
conciencia de la justicia de su causa. Se ha arrebatado a Bolivia la porción
más valiosa de su territorio. Se la ha abofeteado y hecho escarnio de sus
derechos.
Mientras
haya un solo boliviano que sienta latir su corazón al recuerdo de la patria, no
soltará el arma de la mano si antes no se ha obtenido una cumplida reparación.
¡Que
Bolivia se convierta en vasto cementerio! ¡Que nuestro hermoso pabellón sea el
sudario que envuelva nuestro cadáver, antes de consentir en una paz ignominiosa!
Una paz impuesta por el poder y la fuerza del conquistador. ¡Traidor, mil veces
traidor! se llamaría quien pudiera apartarse de este pensamiento que es el
pensamiento general de todos los bolivianos que quieren y merecen tener patria.
I
para conseguir este objeto, ¿qué debemos hacer señores?
Poner
en acción todos los medios honorables que estén a nuestro alcance. Para levantar
fortalecimiento del decaído espíritu público, imitad el heroísmo del pueblo
romano que con un supremo esfuerzo alcanzó a arrojar de sus puertas las
vencedoras huestes del africano Aníbal. Imitad a nuestros progenitores que en
la memorable jornada de Vailen, aniquilaron a los vencedores de Marengo y
Austerlist. Poned los ojos en los nobles ejemplos de los héroes legendarios de
la guerra de los 15 años. ¿No es todo esto cierto?
Pues
bien, sigamos sus pasos. ¿Se necesitan recursos? Procurémoslos. Nada importa que
para tan santo objeto se enajene lo que más apreciamos. Todo lo debemos a la
patria y, ésta en sus horas de tribulación requiere nuestros esfuerzos. Apresurémonos
a ofrecerle con todo el desinterés del patriota y la fe del cristiano que
espera que el Dios de misericordia, apiadándose de nuestras desgracias, después
de la prueba por que hemos pasado, nos enviará el día de la reparación.
No
olvidemos que la abstención es concebible cuando se trata de asuntos de orden
interno, pero cuando la honra nacional está comprometida, cuando el enemigo
común está al frente, y cuando el aliado después de sangrientos combates ha
perdido hasta el último baluarte, la indiferencia es un crimen de funesta trascendencia.
Con
este convencimiento, agrupémonos en torno de nuestra tricolor y del Jefe
Supremo encargado de conducirla a la gloria. Si sucumbimos, si sucumbe nuestra patria y pierde su
autonomía, que al menos sea después del último aliento, solo así seremos dignos
de nosotros mismos, dignos de las glorias de nuestros antepasados, y
mereceremos llamarnos Bolivia república independiente.
Señores,
que el Dios de bondad y de todo consuelo, escuchando las oraciones y la
ferviente plegaria que le dirige su pueblo, recoja en su seno y otorgue la eterna
bienaventuranza a los mártires que han sellado con su sangre los
imprescindibles principios del derecho y de la justicia proclamadas por El, desde el altar de su sacrificio.
Que
descansen en paz.
Dr.
BENJAMÍN G QUIROGA AYARZA
Catedral
de Cochabamba. Enero de 1881.
Cuatro
años previos a su fallecimiento
COMENTARIO: Gastón
Cornejo Bascopé.
Este discurso enérgico y
patriota, conmovedor, fue pronunciado por el sacerdote Benjamín G. Quiroga
Ayarza, en el púlpito de la catedral, con la elocuencia de su célebre oratoria,
en momentos en que Cochabamba sufría por el desastre de la toma de Lima por el
ejército chileno y la noticia de los miles de héroes muertos en su defensa así
como las violaciones incalificables por la crueldad y el crimen contra personas
e instituciones de parte del invasor araucano.
En la línea genealógica
del suscrito, por parte materna, resulta ser hermano del Rdo. Daniel G. Quiroga
C., familiar querido y también religioso. Dos sacerdotes de reconocida
intelectualidad y destacada oratoria.
Los religiosos Benjamín y
Daniel G. Quiroga, apodados: “Picos de oro” por la excelencia de su oratoria, tienen
sus nombres grabados en el Libro de Oro de la Honorable Alcaldía Municipal de
Cochabamba. Benjamín, como evoca en su
discurso, fue invitado con anterioridad para el oratorio de la Semana Santa en
la Catedral de Lima. Fue el encargado para las honras fúnebres de los héroes
caídos después de la Batalla de Miraflores.
Coincidente con este
grave contraste, y en el mismo tiempo, Daniel fue diputado, elegido por Ayopaya,
en la Convención de 1880; cuando le cupo al Parlamento levantar el espíritu patriótico
abatido por los desastres de la guerra del Pacífico, cuando Bolivia confrontaba
la prueba más difícil de su historia, la conquista chilena contra la Alianza
Perú-Boliviana. Daniel también seleccionado en ocasión de homenaje a las grandes
personalidades. Ambos se guardaban delicado y fraternal sentimiento.
Llama la atención en el
discurso fúnebre e histórico, transcrito in extenso, el carácter enérgico, muy bien
elaborado, pero de insistente convocatoria a la defensa patria - pronunciada
con intensidad y elocuencia – el angustioso apremio para la lucha armada en
defensa de la justicia y el derecho. Realmente es patético y conmovedor. Tiempo
de epidemia, de hambruna, sequía y pobreza general, sobre todo en Cochabamba.
Imaginemos cuan definidos
y dolorosos fueron, para los cochabambinos, la inminencia del peligro guerrero
y el anuncio de una posible invasión desde Arequipa, por el enorme y poderoso
ejército chileno al corazón del territorio nacional.
Gastón
Cornejo Bascopé
Presidente
de la Sociedad de Geografía e Historia
Cochabamba
Marzo. 2016.
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