Gastón
Cornejo Bascopé
Lima
Perú, Febrero 2016
La
primera visita lograda en Lima fue al museo privado de un millonario peruano.
De ingreso sufrí una decepción transitoria pues se mostraba cuatro o seis
salones repletos de armaduras, pistolas, lanzas, petos, cañones, arcabuces,
cascos guerreros de personajes múltiples. Inclusive, en busto y en fanal de
vidrio, réplicas del Gral. Franco y Pinochet, con gesto militar amenazante y
ante quienes levanté la mano para cubrir la visión, avergonzado de sus
historias. Me sorprende el encuentro de armas propias del Mariscal Andrés de
Santa Cruz Kalahumana, el revólver que asesinó al Gral. Germán Busch, uno con
nácar propiedad de Salvador Allende, y de otros militares americanos y
europeos. Mención especial merece el Libertador Simón Bolívar, altivo y
uniformado, con su reconocida testa napoleónica (inmediatamente observo que
tiene un porte superior al que tenía en vida). Armas de la conquista,
inclusive está el propio sable de Francisco Pizarro el puerquero, adquirido de
un coleccionista norteamericano; miles de herraduras, cabalgaduras, estribos,
frenos, de los caballos de los conquistadores. Recordé que una de mis metas
frustradas es no haber logrado la creación del Museo de Historia Militar en
Cochabamba.
Luego,
la visita cumple su objetivo, conocer el Museo del Oro del Perú. Se pasea por
varios salones bien dispuestos resguardados con macizas puertas de seguridad
donde se expone muchísimas piezas artísticas de oro y de plata, guardadas en
fanales de vidrio, propias de las diferentes culturas precolombinas, en su mayoría
pre incaicas. Llama la atención la orfebrería artística, visible sobre todo en
las coronas, radiadas de láminas áureas, que en su cuerpo muestran prendidas
numerosas plaquetas de oro finamente entrelazadas, y móviles, de tal manera que
vibran con el movimiento del portador a quien le concedían notoriedad de
autoridad relevante. Petos, collares, báculos de formas y adornos variados como
emblemas de jerarquía y distinción; manos cruzadas con dedos extendidos
significando trabajo, reflexión, construcción, ideas, conceptos, pensamiento
crítico.
Mascarones
de argento y dorados, con facies peculiar, ojos de turquesa, rasgados - según
el guía representa figuras de aves mitológicas - según mi concepto cultural son
evocaciones ancestrales asiáticas. En los varones orejeras; en las damas,
lengüetas colocadas bajo el labio inferior sobre el mentón reveladoras del
estado de plenitud sexual y su disposición a la maternidad, piezas de ambos
sexos adornadas con figuras zoomórficas especialmente de aves. Trabajos con
hilos de oro mostrando las redes iniciales para confeccionar los atuendos,
ponchos, polleras. Una cubierta bordada para proteger al jerarca andino de la
inclemencia del ambiente externo. Todos los elementos trabajados con el áureo
metal.
Y
nuevamente la violencia humana pre colonial: instrumentos guerreros, porras de
dura piedra, redondas, estrelladas, multiformes en tamaño y peso, con el hueco
central para ensamblar las masas, el arma mortal de las batallas. Piezas
líticas de toda dimensión y aplicación agrícola, laboral y cultural. Un Quipus
de utilidad matemática, distinta al Quipus mural extendido guardado en el
Museo Precolombino de Santiago de Chile con el verdadero significado del Runa
Simy, el complejo lenguaje similar al lenguaje biológico del ADN genético de la
vida en el planeta. El guía minimiza la significación del instrumento de los
Quipucamayos, sólo habría tenido el valor contable de un sistema métrico
decimal, en los nudos y en los colores. Reconozco instrumentos del Ande
central, propios también de nuestras culturas indígenas: topos fijadores
de mantas, bordadores de tejidos.
Una
sala especial dedicada a la medicina: los Tumis, bisturís quirúrgicos de
diferente dimensión y forma, de oro puro, adornados sus mangos con piedras
preciosas. Apuré el pensamiento de un Tumi trepanando la corteza del cráneo,
reparando una fractura ósea del guerrero herido, o eliminando fantasmas del
poseso enfermo. Pinzas, instrumentos quirúrgicos varios¸ utensilios. Se
muestran diversos cráneos trepanados, y las soluciones de continuidad cubiertas
con placas de oro, plata o calabaza y los bordes, muchos de ellos presentan neo
formación ósea, evidenciando la sobrevida y curación.
Son
cientos de piezas expuestas en plenitud de arte y de historia. Felizmente se
trata de una colección privada, garantizada en su seguridad, al amparo de la
sustracción que identifiqué en la Cancillería boliviana. El museo enriquece el
pensamiento histórico del Hombre Americano, educará a las generaciones por
venir.
Finalmente,
momias en diferentes estadios, en posición uterina o extrañamente extendidas.
Infantes, con sus caracteres morfológicos de seres puros, con sus juguetes
encontrados en las tumbas, según su jerarquía, de oro, plata o bronce. Como
figura principal se muestra al Señor de Cipán, encontrado recientemente y
calificado como el Tutankamón Andino, con todos los atuendos de monarca humano
y divinidad celestial. Cabezas de enemigos abatidos, empequeñecidos a la manera
de los ecuatorianos Jíbaros, con espinos entre cruzados en los labios para
evitar maldiciones y dispuestos en colecciones para exponer la valentía y los
logros de sus vencedores. En los vasos y cántaros, adornos de primoroso arte,
tallados con fino buril en el precioso metal. Con lupa, colocada expresamente,
se observan imágenes de enorme significado intelectual y de avanzada evolución
cerebral.
Busco
ansiosamente mi Tiwanaku; y encuentro la cruz gamada, el gorro de cuatro
puntas, la figura escalonada, en sus vasos y cerámicas, algunas imágenes
geométricas con sus mensajes líticos trasmitidos también en sus tejidos y
kerus. A propósito de Tiwanaku, el guía minimizó la importancia de la cultura
altiplánica del Alto Perú, la más grandiosa civilización ateniense académica y
trascendente de toda la historia americana. Sobre el Quipus de Tiwanaku
aprendió por mi insistencia, la existencia de uno residual de los diez millones
hallados por los hispanos, según Gunnar Mendoza, que se encuentra en el
nombrado Museo Precolombino chileno; las especies arqueológicas de San Pedro de
Atacama, la historia del Hombre de ese tiempo, la expansión cultural –no
militar – de territorios que actualmente son Perú, Bolivia, Chile y Argentina;
su influencia sobre los aborígenes del Ecuador, Colombia y Venezuela; y sus
posibles contactos culturales con los Aztecas y los Mayas de Centroamérica.
Fueron
culturas contemporáneas, siglos antes y después de Cristo, y seguramente
convivieron, desde Colombia hasta la región austral de araucanos y mapuches.
Los Incas llegaron más tarde apenas tres siglos de existencia. Imposible pensar
que no tenían un registro escrito de sus eventos históricos y humanos; sin ello
no habría existido evolución posible, y ellos sí fueron de avanzada evolución
antropológica. Pienso en el Templete, en Kalasasaya, en la pirámide Akapana,
más bella que la de la Keops en Egipto; pienso en su estructura política,
social y cultural, en su lograda sociología y bioética, en la profundidad ética
de la vida que permitió su milagrosa existencia. Y luego, advino la frustración
histórica, la invasión de guerreros a caballo desde allende los mares, de la
Europa española y sus secuaces armados de pólvora y arcabuces. Se llevaron todo
el oro, la plata, las piedras preciosas expuestas. No interesó la
artesanía cultural, la fundieron, mas no pudieron con el metal precioso que
quedó enterrado en las Huacas ¡Felizmente!
Concluyó
la visita turística en el Museo del Oro sin mensaje alguno. Reclamé al guía
pues entre los visitantes habíamos chilenos, peruanos y bolivianos. Faltaba el
epílogo de nobleza: ¡Los ancestros visitados, en sus entrañas existenciales y
sus productos, eran nuestros comunes padres americanos. Ellos merecen, a la
distancia del tiempo, todo el respeto histórico, científico y antropológico. No
es posible que entre los descendientes - ahora mestizos de sangres injertadas -
guardásemos rencores indebidos. En honor a ellos y a su historia humana de
elevada cumbre, nos cumple guardar la fraternidad debida. No más Caínes ni
besos traicioneros. No más resentimiento por antiguos enconos de intereses
heredados. No más enclaustramiento ni candados. Más bien abrazos, paz y
construcción de un porvenir conjunto rescatando nuestro común ancestro y el
ordenamiento patrimonial señalado.
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