Gastón Cornejo Bascopé
Cochabamba, abril 2017
Mayo de 1952. Santiago
de Chile. Facultad de medicina. Primer año.
Asamblea de estudiantes
en huelga para prolongar la carrera y
suprimir la tesis. Mientras transcurría el proceso, mi vista quedó fija en la
pared vecina; una imagen de paloma oscura y un escrito adornando su entorno. El
panel de poesía iluminó mi vida en un instante. Me aproximé, leí el título
luminoso preñado de sonido: ALFARERÍA.
Presto tomé la pluma y
escribí los versos en el cuaderno de anatomía. Al hacerlo, degusté el sonido,
los vocablos unidos por argamasa tenue, la ternura contenida en ellos y la significación
incitante del lenguaje.
“Torpe paloma, alcancía de greda,
en tu lomo de luto en signo, apenas algo que te descifra.
Pueblo mío, cómo con tus dolores a la espalda,
apaleado y rendido, cómo fuiste
acumulando ciencia deshojada?
Prodigio negro, mágica materia
elevada a la luz por dedos ciegos,
mínima estatua en que lo más secreto
de la tierra nos abre a sus idiomas.
Cántaro de pomaire en cuyo beso
tierra y piel se congregan, infinitas
formas del barro, luz de las vasijas,
la forma de una mano que fue mía,
el paso de una sombra que me llama,
sois reunión de sueños escondidos,
cerámica, paloma indestructible”.
Al término estaba
escrita la autoría: Pablo Neruda.
Logrado el título,
Indagué, busqué la escultura plasmada en sustancia de arcilla negra; la
encontré en el sur de Chile, en un mercado. En un mesón, repartidas, estaban
las maravillas nacidas de humildes manos, los trabajos de Pomaire. Me enamoré
de un cerdito con alas, de una mariposa prolongada en espirales, de una gallina
de tres patas, de una paloma con la cabeza hacha, de un trovador tañendo su
guitarra, de una alcancía bordada de anémonas sumergidas en agua y pétalos; una
artista en trance de entonar una canción nativa, la boca entreabierta, los ojos
entornados hacia el cielo, la cabellera envuelta en espirales.
Adquirí unas piezas y
la guardé celosamente hasta mis años.
Abril de 2017. Sesenta
y cinco años después de aquella vivencia de dulzura, repasando a Neruda, al
alba de un domingo de Resurrección religiosa, reencuentro de súbito la poesía
extraviada en mis apuntes de anatomía descriptiva. ¡Qué contentamiento! La
memoria me indica que aún hace presencia una de ellas guardada en mi
escritorio. La encuentro, está cuidando los libros de Neruda, de Huidobro, de
Alegría, de Volodia, de Gabriela Mistral; es justamente aquella que canta al
cielo sus endechas con guitarra chilena entre las manos. Mi añorada alcancía de
antaño, el inicio de mi aproximación a la literatura. Pablo Neruda sumergido en
su poesía, volando en su paloma de Pomaire.
NERUDA
En el Cine Club asistí
el “Lunes de película” a ver el film chileno que tiene el título del poeta a
quien conocí en Santiago gracias al dramaturgo Pedro de la Barra, esposo de una
familiar, en agosto de 1952.
En ese año justamente,
Neruda retornaba de su periplo europeo. Ya había alcanzado la fama de
diplomático protector de las víctimas de la guerra civil española, poeta
relevante y polémico. Recibido con repudio y temor por los círculos
conservadores de su patria, con esperanza y enorme expectativa por el verdadero
pueblo de Chile. Me interrogó interesado por la revolución de abril y del porvenir de Bolivia en justicia
y redención social. En ese entonces, yo no conocía su hermosa trayectoria de
poeta titular del partido de Emilio Recabarren comprometido con la lucha obrera
que iniciaba el ascenso de Salvador Allende, el gran médico chileno victimado como nuestro
Gualberto Villarroel.
Tampoco sabía que llegó
a senador apoyando a Gabriel Gonzales Videla, personaje que una vez posesionado
arrasó con todos los comunistas y demócratas de su país. El senador Neruda lanzó
su catilinaria, “Yo acuso”, en el
congreso, pasó a la clandestinidad y fugó por la cordillera hacia Argentina
perseguido por los esbirros del traidor.
De eso trata la película
chilena de Pablo Larraín, premiada y calificada como la Mejor Película
Extranjera. Si bien, el actor tiene alguna semejanza fisonómica con el poeta, ésta
resulta -para quien conoce la grandeza de su epopeya existencial- equivoca y contradictoria.
El bardo del Canto General mostrado
con torpeza, frecuentando lupanares, bailando desnudo entre meretrices, besado
por otro de sexo equivocado, grosero en su parlamento, coprólalo a la chilena,
ordinario, alcohólico, vulgarizado al extremo. Delia del Carril, la mejor
lograda así como la breve actuación del Judas americano, el autor de la Ley
Maldita. El detective que lo persigue deconstruye el mito “jugando un poco con
su figura”, aparece con frecuencia petulante a lo largo del film y es la voz
relatora que no es posible asumir por el fracaso total del sonido y el discurso
incomprensible del acontecer humano tratado. La fotografía imprecisa quiso
ofrecer una atmósfera poética de irrealidad sin lograr éxito. En resumen, para
mi sentir afectivo admirador de lo clásico, resultó una ofensa al sentimiento,
al poeta y a la poesía.
Es criticable la intencionalidad
desmitificante propuesta por la postmodernidad. El film es un mediocre trabajo del
género policial, ninguna siembre de grandeza, de mensaje educativo, de relevancia
artística. Comparada con El Cartero, se aplazó vergonzosamente.
En 1971, Neruda ganó el
Premio Nóbel de Literatura. Sus numerosas obras ganaron el mundo. En Machu
Pichu generó el más importante homenaje al hombre americano, sus Odas nos
aproximan a la esencia de la naturaleza , su canto de prosa poética es sublime,
su trascendencia política y literaria
constituye un legado cultural superior. En el Estadio Nacional expresó a su pueblo: “Ya pasara la tierra de las manos de los saciados
a las manos de los hambrientos. Gracias
por el reconocimiento que otros nuevos poetas recibirán también de ustedes.
Porque la vida, la lucha, la poesía, continuarán viviendo cuando yo sea un
pequeño recuerdo en el luminoso camino de Chile”.
Decididamente, nuestros
films “Boquerón” y “Juana Asurduy de Padilla”, son
superiores en calidad artística y en mensaje.
Gastón Cornejo Bascopé
Cochabamba, abril 2017
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